03. NO MÁS, SINO MEJOR.
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Este tercero se lo dedico a Mujica.
El buen vivir, el buen morir.
Con todo lo que trajo para inspirar, sin duda es mi principal referente de que no es de locos pensar en no ganar más, no hacer más. Que el mayor acto de cambio y rebeldía puede estar en hacer bonito y despacito.
Ver partir a una persona como Mujica me recuerda ese malestar sistemático y mi necedad de pretender el cambio.
Sueños mojados de mi ego, que no se callan pero que dejo jugar acá en estos textos.
No pretendo escribir una poesía, ni tampoco un dembow.
No sé si bien escribo o no.
Tampoco sé si vivo bien.
Pero de todo mi discurso poético, revolucionario, y hasta ahora pasivo, sin duda el buen vivir se ha convertido en una herramienta central:
No querer de más.
No vivir de más.
No siempre progresar es más —a veces solo es estar.
En días donde me pierdo en todo lo que quiero comprar, tener, usar, adquirir… en todo lo que quiero vivir y exprimir… recordar que me voy a morir.
Cerrar los ojos.
Sentir la muerte en carne propia.
Recordar que soy solo eso: polvo cósmico que regresará de donde vino, y que la única verdad que poseo es lo que experimento con coherencia, con amor, con honestidad hacia mi propia esencia y la existencia del lugar que decido llamar hogar.
Entre monos, parásitos de gatos y cacas de sapos, recuerdo que lo más importante que me ha enseñado vivir en el Caribe Sur es aprender a dejar ir.
Abrazar el caos aparente de los ritmos y caprichos naturales que nos habitan.
Ver el caos como orden.
Ver el no hacer como el mejor hacer.
Personificar la honestidad con que nuestros entornos naturales se muestran e interactúan.
Cruda. Podrida. Nada.
Somos nada.
Y somos todo.
Vivir desde el amor es la mayor revolución que podemos dar.
Pero un amor de verdad, mi gente.
Amor de esos que implican ceder, sacrificar algo. Porque así es, ¿no? El intercambio energético siempre busca su balance de una u otra forma. Y entonces…
Seamos honestos: vivir desde un verdadero amor hacia lo que es, implicaría dejar ir muchas intenciones egoístas que ya vemos como necesarias.
Jajaja… como tomarse una Coca sabiendo lo que implica.
O comer chocolate sabiendo su historia y presente.
Fumar mota del narco.
Me puedo poner gore sin necesidad —el consumo moderno es despiadado y todos participamos en la fiesta.
Sí, claro, se justifica en que al final no hay consumo moral.
Que es responsabilidad de las empresas.
Que son los ricos los que más hacen.
La realidad tiene muchas vertientes. Y sin duda no estoy diciendo que dejar de comprar vaya a solucionar todo… bueno, a menos que todos al unísono decidiéramos actuar abismalmente diferente y aceptar algunas guerras y hambrunas a favor de un nuevo sistema.
Jajaja… never mind. La realidad es la que de forma colectiva decidimos que es.
Volviendo a lo que me parece más interesante acá: la capacidad que ha tenido el capitalismo de hacernos vivir haciéndonos daño al propio y al prójimo, con tal de tener chunches, comodidades, ideales.
¿y si no?
¿Y si no todo debería ser tan fácil? ¿No tan accesible?
¿Y si lo verdaderamente importante de hacer accesible son otras cosas, y no la acumulación de capital?
¿Preguntas ingenuas? Tal vez.
La idea de “progreso” como necesidad lineal de avance constante surge en la Ilustración europea del siglo XVIII. Se popularizó entonces la noción de que la humanidad avanza inevitablemente hacia estados superiores de razón, ciencia y bienestar. En América Latina, esta visión fue traducida (y distorsionada) a través de la idea de “civilizar” mediante el crecimiento económico y el orden republicano.
Y es irónico, porque la palabra que encontré como antónimo fue de-progreso: ya cargada de desprecio hacia todo eso otro que es posible. De entrada, trae las de perder. Pero bueno, todo esto me trajo al buen vivir.
El Buen Vivir (Sumak Kawsay en quechua) es una cosmovisión originaria de los pueblos andinos. Propone una forma de vida centrada en la armonía con la comunidad, con la naturaleza, y con uno mismo. No busca “crecer” sin fin, sino equilibrar.
Bienestar colectivo sobre el individual.
Respeto y reciprocidad con la naturaleza.
Tiempo para lo relacional, no solo lo productivo.
Economía solidaria, no extractivista.
Autonomía territorial y cultural.
Todas, absolutamente todas nuestras métricas están basadas en cómo se reflejan en crecimiento financiero.
(Sí, te estoy viendo a vos también, ONG, fundaciones, disque inversión de impacto, y hasta vos, pinche reciclaje que vino a endulzarnos la moral para seguir comprando mierda.)
Hace un tiempo escribí un texto que me sigue desde siempre o por temporadas detrás de la nuca…
la solución es tan básica pero tan incómoda que no somos aún capaces, como humanidad, de decir NO y aceptar una vida más simple y humilde.
Podemos seguir explorando formas potentes de ser humanos —tecnológicas, creativas, hermosas— pero sin este flare de consumo desbordado.
Sin esta visión voraz de cómo debe verse un hogar, o qué significa tener éxito.
Y sí… a veces lo siento ingenuo. A veces me vuelvo escéptica. Pero Mujica allá lo mostró, en su forma de vivir, y de morir.
…y claro, toca hacer plata, y qué rico, ¿no? la abundancia.
¿Pero desde dónde?
¿Pa' que yo tenga eso, qué implica para el otro?
Jajaja ay, qué vida… me siento como dando clases de '“catecismo” diciendo esto. La ironía, ¿no? Jajaja.
Entonces, ¿qué?
¿Aceptamos que no existe consumo moral dentro del capitalismo y seguimos pa’lante con la contradicción?
Porque seamos honestos:
Si no cambiamos colectivamente, quienes definen qué va y qué no, seguirán siendo los dueños del capital.
Y a ellos, esto no les conviene.
Queremos hacer trabajo de impacto, ¿no?
¿Mejorar nuestros lugares?
¿Sentir que estamos haciendo del mundo un lugar mejor?
Tal vez es tan simple como: Permitirse el tiempo y espacio de estar de forma coherente en el mundo y ya... ja... tan fácil no.
Pero… ¿se imaginan que esto lo leyeran —e interiorizaran— los stakeholders? Esos que tienen el dinero y el poder de decisión. Esos que llamamos jefes.
Una vez, diseñadores de un equipo que lideraba me preguntaron algo así como: Si es obvio y correcto, ¿por qué no se hace lo que se tiene que hacer?
Cada vez estoy más convencida:
No es que falte gente buena con ganas de hacer el bien.
Es que no estamos dispuestes a aceptar que sí, en efecto, vamos a hacer menos dinero.
No más, sino mejor.
Una forma mas austera de vivir.