02. de la sobresimplificación al realismo mágico
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Me costó volver, pero acá estoy.
Son 24 ensayos en un año, sí se puede.
Ensayo dos: un poco sobre nuestro imaginario y desde dónde pensamos nuestras ideas.
Mi imaginario siempre ha sido complejo; mi forma de expresar, también. Mis ideas son contrastantes, incisivas y distintas; frutos luminosos que a veces nadie comprende. Empoderar mi voz no ha sido fácil.
En ese proceso hallé descanso y deleite en el realismo mágico. Mi entorno, la manera en que hablo, cómo escribo, cómo miro el mundo, están profundamente inspirados e informados por el realismo mágico latinoamericano, costarricense.
El realismo mágico ha sido un sabor que llevo años degustando; me encanta. Leerlo, pintarlo y —más recientemente— filosofarlo. Este me invita a abrazar la complejidad de nuestros contextos y usarla como fertilizante de las ideas. En esencia, el realismo mágico, esquiva la sobresimplificación capitalista en la que vivimos sumergidos y, en cambio, celebra la complejidad pluriversal, ecosistémica que somos.
Nos da pereza pensar y vergüenza admitir que entender una idea a veces exige más que un instante. Quiero todo, todo ya, todo fácil.
En un mundo así, sostener ideas complejas es un reto: no hay tiempo para entender, ni espacio para explicar, ni ganas de profundizar. Siempre corro contra el reloj.
Es entonces que el realismo mágico aparece más allá de una vertiente artística: es una forma de pensarse y de pensar el mundo.
Brota de la áspera y maravillosa historia latinoamericana: resiliencia y violencia, fantasía y fe, todo mezclado en nuestra forma tan expresiva de narrar. Lejos de la comunidad, ese sabor se desvanece; el encierro encarece las anécdotas que antes nacían en la esquina o el parque. Recuerdo la peste del insomnio de Cien años de soledad: sin dormir, el pueblo olvida los nombres y empapela todo para recordarlos. Así nos veo hoy, rodeados de muros y pantallas: olvidando lo que significa vivir juntos.
De todo lo leído sobre el realismo mágico, una definición me hizo clic: Alejo Carpentier lo describe como un híper‑retrato de la realidad; detallar tanto que la magia y la rareza existentes se revelan. No busca crear lo imposible ni lo distorsionado —eso sería surrealismo— sino mostrar la maravilla latente.
Ahí reside el encanto de usar el realismo mágico como marco para diseñar y crear: si nos tomamos el tiempo de observar y entender, la magia emerge y, con ella, la claridad para construir interacciones y sistemas más conscientes y sensibles a la complejidad de la vida.
No es nostalgia: es un manifiesto contra la eficiencia hueca. Al priorizar la rapidez sobre la profundidad, reducimos nuestra capacidad de discutir, explorar, imaginar.
Mínima idea, mínima intervención, eficiencia, sí; pero también magia y equidad. Eso exige invertir tiempo en explorar, investigar, sintetizar, hacer sentido; poner cuerpo y alma al servicio del bien común; crear un mundo más mágico.
La forma en que retratamos nuestra realidad define cómo la solucionamos. Puede parecer obvio, pero lo repito: la manera en que vemos nuestro entorno y día a día determina el mundo y realidad que tenemos.
Las calles son un caos; todo se llena de nada. No es que falten respuestas; quizá hace falta imaginar desde un lugar nuevo. Yo aún no tengo la solución, pero entiendo cada vez mejor el contexto que me rodea. Sin prisa, me quedo en el no‑saber: observo, sintetizo y dejo que las posibilidades germinen.