05. LOS IMPERIOS NO EXISTEN.
La realidad práctica se vive muy distinta a la teórica.
Nos rigen imperios, sí. Pero quienes accionan son las comunidades.
Allá arriba juegan el juego de reyes; acá abajo jugamos el día a día.
Ese mito del poder centralizado ha creado un espejismo: creer que, para arreglar nuestros barrios y casas, dependemos de un Estado ausente que jamás llega.
Esa idea no solo es tóxica por la inactividad que genera; también es falsa.
Arriba se libran guerras de narrativa para convencernos de que la corona es indispensable. The Crown lo muestra con descaro: un aparato entero dedicado a mantener un símbolo. Sin embargo, cada día abajo aparece la otra cara: personas que reparan calles, inventan economías solidarias o siembran comida donde antes había un lote baldío.
Yo misma, en algún momento, me sentí la Mesías destinada a repararlo todo. Pero cuanto más trabajo de campo hago, más compruebo que la realidad se teje abajo: líderes y lideresas, niñas, jóvenes y abueles imaginan y fabrican realidades más justas y mágicas.
El mundo está lleno de gente resolviendo su día a día.
Creando.
Sanando.
Habitando.
Mientras muchxs otres aún caemos en la desesperación de que nada va a cambiar… que nada debe cambiar.
Los imperios no son verdad.
Las estructuras que hoy sostienen “lo normal” no son más que una ilusión que alimentamos colectivamente.
¿Hasta dónde llega nuestra responsabilidad de sostener(nos) como comunidad?
¿Apoyamos realmente a quienes lideran a ras de suelo?
¿Gestionamos nuestro entorno o lo delegamos por costumbre?
¿Y si los sistemas de poder existen solo porque los sostenemos nosotrxs?
Los imperios levantan muros y controlan presupuestos, sí; pero su “legitimidad” depende de que aceptemos el reparto de roles. En cuanto una red de barrios decide organizarse y proveerse —energía, alimento, cultura— esa legitimidad se fisura. No es instantáneo ni indoloro: requiere coordinación horizontal, alianzas que traspasen fronteras y la valentía de soportar la presión de arriba.
El poder no desaparece… se redistribuye cuando dejamos de mirarlo boquiabiertos y empezamos a mirar(nos) entre nosotrxs.
No basta señalar al castillo: hay que tejer puentes entre barrios, oficios y afectos.
Tal vez el poder no está arriba. Tal vez siempre ha estado entre nosotrxs.
Con amor, Karla Ramona